A P I E   I n f o r m a

Boletín periódico bimensual | Número 04 - Abril de 2009

Colisiones en el espacio

Choque colosal en el espacio: en el primer gran accidente de tráfico cósmico, dos satélites de las potencias espaciales Rusia y Estados Unidos colisionaron a casi 800 kilómetros sobre Siberia.  El Kosmos-2251 y el Iridium-33 colisionaron a una velocidad de unos 27.000 kilómetros por hora o casi 8 kilómetros al segundo. El Sputnik ruso lanzado en 1993 estaba sin funcionar, desde hace más de 10 años; el Iridium funcionaba, tenía combustible y un motor. No está claro porqué no se desvió.

"Es la primera vez que dos satélites colisionan", dijo por su parte Felix Huber, director del  Centro Alemán de Navegación Aeroespacial (DLR) en Oberpfaffenhofen.


El choque de los satélites de 900 y 550 kilogramos de peso se produjo  alrededor de las 16:55 horas GMT sobre Siberia. "Fue un mal día para ambos", comentó el científico estadounidense Nicholas Johnson del Central Espacial Johnson en Houston. Hasta ahora se conocían sólo colisiones menores de chatarra espacial, pero nunca habían chocado satélites enteros, dijo Johnson a la web space.com.

Tras la colisión se formó otro campo de basura espacial. Las primeras investigaciones por radar del Ejército estadounidense concluyeron que el choque dejó flotando en el espacio unas 600 piezas, informó la televisión estadounidense CBS.

Según el portavoz de la agencia espacial rusa Roskosmos, Alexander Vorobiov, la Estación Espacial Internacional (ISS) y su tripulación no corren ningún riesgo. La ISS se mueve a unos 350 kilómetros de altura y es capaz de modificar su posición en caso necesario, algo que ya ocurrió en varias ocasiones en los años pasados.

Los trozos de los satélites circulan a un altura de entre 500 y 1.300 kilómetros. Sin embargo, habrá que analizar de forma permanente la naturaleza de la nube de chatarra, dijo el comandante ruso de las fuerzas de seguridad responsables del espacio, Alexander Jakushin.

Pero no hay motivo para la preocupación de los habitantes de la Tierra, pues la chatarra ardería en el caso de una posible entrada en la atmósfera. Medios rusos recordaron sin embargo la caída del satélite de espionaje soviético armado con un reactor nuclear "Kosmos 954" a comienzos de 1978 sobre territorio deshabitado en Canadá. El saneamiento del área contaminado por material nuclear costó millones de dólares.

"Posiblemente la firma Iridium no recibió advertencia alguna sobre una posible colición o ignoró la advertencia. El hecho es que era posible una maniobra del satélite estadounidense para evitar la colisión", dijo el experto ruso Lissov. Según sus palabras, Iridium tiene 66 satélites activos así como suficientes satélites de repuesto en seis órbitas para mantener su red.

El experto en satélites del centro alemán apuntó por su parte al mecanismo de vigilancia existente en la organización US Space Command. Desde allí se controlan todos los satélites artificales de más de diez centímetros de diámetro. Los dos satélites tenían que haber pasado  cerca uno del otro. Pero ahora nadie sabe por qué no se accionó una maniobra de esquivo, dijo Huber, desde la localidad alemana de Oberpfaffenhofen.
 La empresa de tecnología espacial Analitycal Graphics, con sede en Filadelfia, ha reconstruido el evento en este vídeo, que permite contemplar desde diversos ángulos cómo se produjo la colisión y comprobar cuál será la trayectoria probable de los restos del choque y su futura interacción con las más de 18.000 piezas de "basura espacial" que actualmente monitoriza el Pentágono. Los 66 satélites de la "Constelación Iridium" (cuyas trayectorias aparecen en los primeros instantes del vídeo) describen órbitas polares a unos 780 km de altura.

Como puede apreciarse en las imágenes, la colisión del pasado jueves ha creado una auténtica "nube" de cientos de fragmentos que pueden ocasionar serios problemas durante décadas enteras. En efecto, las "nuevas piezas" recién incorporadas a la basura espacial conocida pueden (y es muy probable que así lo hagan) volver a chocar con otros restos en órbita, dando lugar a toda una cascada de colisiones cuyas consecuencias resultan prácticamente imposibles de predecir. Aparte del hecho de que un nuevo "encuentro" entre dos o más de los casi 7.000 satélites que actualmente orbitan la Tierra puede volver a producirse en cualquier momento, sin que nadie parezca ser capaz de evitarlo. Según han asegurado los propios técnicos de Iridium, sólo durante el año 2007 la compañía recibió cerca de 400 alertas por semana sobre objetos que pasarían a menos de 5 km de alguno de sus satélites.

En la actualidad, el catálogo más completo que existe de objetos en el espacio cercano es manejado por el Pentágono, que utiliza una batería de telescopios y radares para seguir las trayectorias orbitales de más de 18.000 fragmentos mayores de diez centímetros. Los datos son complilados y estudiados por ingenieros de la Fuerza Aérea Norteamericana y muchos de ellos son accesibles  a través de internet en la página Space Track. Sin embargo, ni siquiera con ese despliegue de medios el gobierno estadounidense está en condiciones de calcular las posibilidades de riesgo para todos y cada uno de los satélites militares y comerciales que hoy giran alrededor de nuestro planeta.

Si bien es verdad que se presta una especial atención a algunos de ellos (satélites militares estratégicos, la Estación Espacial Internacional o el transbordador, cuando está en órbita), la inmensa mayoría no recibe ese tratamiento privilegiado. "No existen ni los recursos humanos ni la capacidad de computación para hacer algo así", asegura en New Scientist Andy Roake, portavoz del Comando Espacial de las Fuerzas Aéreas norteamericanas.

La principal razón para que este seguimiento resulte tan complicado es, sencillamente, que las órbitas de muchos de estos objetos no son estables, sino que cambian a menudo debido a todo un abanico de circunstancias, que pueden ir desde la simple pérdida de combustible de un satélite comercial (hecho que altera su trayectoria) a la acción gravitatoria combinada de nuestro planeta, la Luna y el Sol, cuya fuerza depende de sus posiciones relativas en cada momento. Por eso, muchos analistas creen que los datos que maneja el Pentágono (tanto los que hace públicos como los que no) no son lo suficientemente precisos como para tener que preocuparse continuamente por ellos.

Un ejemplo. Según esos mismos datos, comprobados "a posteriori" por un analista espacial,  después del accidente, los dos satélites habrían tenido que pasar a 584 metros el uno del otro, y no chocar, como de hecho hicieron. La incertidumbre más comúnmente aceptada para esos datos es de varios kilómetros... lo que, en la práctica, los convierte en un simple indicativo, y no en una herramienta fiable con la que predecir un riesgo real de colisión.

El propio vicepresidente ejecutivo de Iridium, John Campbell, aseguraba a la agencia Reuters, en junio de 2007, que "incluso si tuviéramos un informe de una colisión directa e inminente, el error podría ser tal que cualquier maniobra que realizáramos podría llevarnos hacia un impacto real, en lugar de alejarnos de él". En el caso del accidente referido, además, se sumó el hecho de que uno de los protagonistas era un viejo satélite ruso de 1993, fuera de servicio desde hace años y al que nadie, por tanto, prestaba la suficiente atención. "Es como estar conduciendo un coche con un GPS pero con las ventanillas pintadas de negro -asegura el consultor espacial Brian Weeden-. Tu sabes a dónde vas, pero no tienes ni idea de dónde están los demás coches".

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